środa, 20 listopada 2013

jueves, 14 de noviembre de 2013

Incandescente



Lava sus manos una y otra vez, las llena de agua refrescando también su rostro. Repite ese mismo gesto varias veces. Mirándose al espejo observa sus ojos, su cansancio, su desgana por todo. Lleva una combinación ligera que humedece de agua con sus dedos y esta queda adherida sobre su cuerpo, hace calor y eso acrecienta la sensación de pesadez, tanto, que finalmente opta por quitársela y permanecer desnuda.

En la habitación contigua, gira sin cesar el viejo ventilador, desearía pensar que ofrece siquiera un hálito  de aire fresco pero tan solo se limita a remover el que permanece ahí dentro encerrado, cargado y sin renovar. Deja atrás el baño arrastrando los pies sobre el fresco mosaico del suelo, eso parece aliviar un poco el calor de su cuerpo. Media tarde aun, el resto del mundo parece recluido para dormir la siesta, está segura de que si agudizase su oído y fuese capaz de olvidar el clic cansino del ventilador,  podría escuchar tan sólo las respiraciones, pausadas o intranquilas unas, ronquidos entrecortados de otros, los murmullos delicados de los niños, las angustias de quienes viven sus pesadillas, los gemidos acallados de los amantes... Sí, sería capaz de escuchar tantas cosas sin salir de su habitación.

Por la ventana se filtra el insistente canto de una cigarra, parece ser el único ser alegre bajo esa sensación de ahogo incandescente, de ese sol que castiga el aire y a todos a un mismo tiempo. Tumbada sobre la cama, descansa o por lo menos intenta hacerlo. Finalmente, consigue alcanzar la puerta que la conducirá al mundo de los sueños la abre con sigilo girando el pomo lentamente. Hace frío, un dulce, helado, e intenso frío... Caminando sobre la nieve,  se deja abrazar por los brazos de Morfeo que la acogen y arrullan sin preguntar.

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domingo, 10 de noviembre de 2013

Camino

En la mañana el frío era intenso, no sabía bien qué meter en su pequeña maleta, era evidente que todo le sería preciso pero al mismo tiempo innecesario. Lo único que contaba para ella era salir de allí. Con sigilo abrió la cancela que separaba la casa del camino e inició la marcha. Quedaba por delante un largo trecho hasta llegar a la parada del autobús. Suspiró al imaginar cómo subiría al mismo y qué sentiría en cuanto este tomase la carretera principal hacia. ¿Ninguna parte?


El vaho de su aliento se mezclaba con el frío de la mañana y aceleró sus pasos como si en ello le fuera la vida, bajo sus pies la escarcha crujía en un sonido seco y cortante, lo sintió como una punzada atravesando la fina suela de sus ya viejos zapatos, las medias parecía que hubieran desaparecido –Pensó en sus calcetines gruesos de dormir, pero desechó su pensamiento para poder así continuar el camino.- El frío del hielo se adentraba subiendo desde sus pies hasta las pantorrillas, trepando por ellas hasta filtrarse aguijoneando sus rodillas, era como si pretendiera detener sus pasos. Apretó un poco más –si ello era posible- su mano al asa de la pequeña maleta, sentía el frío con tal intensidad que no sabía si en realidad era que ella misma quien lo llevaba dentro de sí. Se estremeció cuando llegaba al cruce del camino. Aun sabiendo que era temprano, el miedo se apoderó de ella imaginando que el autobús hubiera pasado antes y podía quedarse ahí, esperando. Aceleró el paso, ahora no le importaba el frío, ni el crujir de sus pasos sobre la tierra helada. Cuando llegó a la parada, esta le pareció tan desangelada como ella misma, silenciosa, triste y solitaria. El banco de cemento parecía pedir a gritos que nadie osara sentarse en él bajo amenaza de caer roto en mil pedazos. Se quedó ahí en pie, a la espera de que nada sucediera. Un rezo, una plegaria, un no decir nada y con un “ay” prendido en el pecho.


Suspiró, y el halo cálido de su respiración formó filigranas de vapor que bailaban etéreas en el aire gélido, las miró mientras estas se desvanecían ante sus ojos y dejó salir poco a poco su aliento  para así entretenerse en ello. Un zumbido lejano la hizo abandonar ese juego. Era el autobús, tenía que serlo.  


Ciñó el cinturón de su abrigo, buscó el dinero en el fondo de su bolsillo y lo aferró entre sus dedos con tanta o más fuerza como con su otra mano libre sostenía la maleta. Al final de la recta apareció el tan deseado autobús, parecía tan triste su andar como el suyo hacía unos minutos. Sin embargo para ella todo había cambiado, una sonrisa se dibujó en su rostro y el aire parecía un poco menos frío, la luz de la mañana parecía haberse encendido y un rayo de sol intentaba abrirse paso ante sus ojos. Subió al interior y sintió que el calor la envolvía como un abrazo de bienvenida, una cálida sensación de bienestar la invadió mientras buscaba entre los asientos traseros un lugar donde sentarse cómodamente y colocar su pequeño equipaje.


No miró atrás, no precisaba mirar ese paisaje que tanto conocía y que tanto la había hecho sentir el vacío y la impotencia de querer llegar a ser y no ser nadie, de querer amar y no sentirse amada, de querer escapar y jamás tener la fuerza suficiente, de querer atrapar tantas cosas y nunca haber podido siquiera rozarlas.


Sí, hoy el día había amanecido como otros tantos, pero ella había logrado cruzar la puerta de su pasado y podía ver un nuevo sol al final de su camino. El destino quizás era lo de menos, lo importante en ese momento era dejar atrás todo lo que pesaba tanto en su alma. Buscó de nuevo en uno de sus bolsillos y encontró aquel viejo papel arrugado y desgastado, una dirección, un teléfono esperaban a que ella decidiera dar ese paso. Le habían asegurado que no habría ningún problema, que en cuanto ella llamase la estarían esperando como hacían con tantas otras mujeres que lo necesitaban.


La cancela entreabierta se mece con el frío aire de la mañana y chirría perezosa, parece que la espesa niebla se cierne entre los montes y a lo lejos se oye el rumor de las hojas meciéndose al son del silencio. En la puerta de la vieja casa, silencioso y observando el austero paisaje, un hombre, cinturón en mano mira hacia todos lados, tose y carraspea sin conseguir por vez primera una respuesta pronta y presente.

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Imagen: Erich_Hartmann.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

En el silencio de la noche

Imagen: "El hombre del traje blanco", de Fabián Pérez.
La luz de las farolas no alumbraba demasiado, en el fondo no importaba en exceso, nada importaba últimamente. Deambuló por las callejuelas cercanas al puerto y en algún momento dejó que sus pensamientos subieran en uno de los barcos que salían a alta mar y se fueran lejos, pero no servía de mucho, cuando emprendía sus pasos nuevamente, ellos parecían regresar, adherirse a su piel, a su mente, a su cabeza y le martilleaban sin descanso.


Apagó el pitillo que prácticamente había consumido entre sus labios, lo arrojó al suelo pisoteándolo después, casi cruelmente, como si en ello lograse también pisotear todos sus pensamientos, sus ideas, sus recuerdos. Anduvo durante horas las mismas que ni siquiera supo que transcurrían y prácticamente volvió sobre sus pasos una y otra vez. Ya era casi medianoche,  a esas horas pocos eran los transeúntes que caminaban por allí, tal vez algún que otro maleante que más bien podían hacerle pasar un mal rato, pero... ¡Qué más le daba!  En realidad le importaba poco. Hacía pocos años él había sido como ellos, no le importaba con quien pudiera cruzarse en su camino, más bien todo lo contrario, buscaba pelea y rara vez no la había encontrado, unas veces ganaba otras muchas perdía hasta que un día perdió más de lo que hubiera deseado.


Encendió de nuevo un cigarrillo y se apoyó en la esquina, en aquella esquina donde la había visto tantas veces, donde sabía que ella debía estar si no quería acabar bajo el agua del puerto con una cuerda al cuello, donde ella no podía escapar de aquellos que la trajeron engañada, con promesas de un futuro mejor, con  los sueños en la maleta y las mentiras ocultas tras las sonrisas... Las mismas sonrisas que después fueron golpes, extorsiones y  abusos, sí, ella pertenecía a ese mundo y él la conoció allí.


Por su trabajo sabía que no debía inmiscuirse, que no estaba en su jurisdicción y mucho menos entraba en sus asuntos, pero era imposible estar allí y no darse cuenta, no ver como deseaba aquella mujer alejarse de ese mundo, como pretendía casi a diario convencer a sus clientes de más confianza para que la sacasen de allí e intentar poco a poco alejarse de la vigilancia a la que la sometían los supuestos dueños de sus sueños.  Y él, consciente de todo aquello y más, día tras día fue ganándose su confianza, logró que ella le hablase, entablase con él relación que no era un servicio de cliente, sino algo bien diferente....


Escupió la colilla de su casi inexistente cigarrillo, caminó varios pasos y le vio allí, aquel que sin pensarlo dos veces acabó con la vida de esa mujer que tan sólo soñaba con ser libre, con trabajar decentemente y lograr algo de dinero para enviar a su familia. Volviendo atrás deshizo lo andado y volvió a apoyarse en la esquina, lentamente sacó su pitillera y encendió otro cigarro, sabía que quizás sería el último así que lo saboreó tan lentamente como su frialdad le permitía, después sacó su revólver, apuntó certeramente y disparó...


En el silencio de la calle retumbaron dos disparos, y sobre la acera dos cuerpos caían abatidos... Silencio, penumbras y muerte. Entre sus labios continuaba consumiéndose aquel último cigarrillo y la mueca de una sonrisa parecía dibujarse en ellos.

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viernes, 1 de noviembre de 2013

El último instante



 
Las formas parecían deshacerse mientras las observaba, no sabía a ciencia cierta si se acercaban a ella o bien se alejaban, en un punto concreto de sus ojos, era como si de pronto desaparecieran sin más y entonces cuando el pánico se apoderaba de ella, se obligaba a cerrar sus párpados con tanta fuerza que a veces veía estrellitas de colores como a contraluz. Después no sentía nada, ni un solo ruido, ni tan siquiera una respiración, era un silencio tan absoluto que la aterrorizaba volviendo entonces a abrir los ojos e intentando ver más allá de las cuatro paredes de cristal que la rodeaban. No podía pensar con claridad, su cuerpo tampoco respondía a sus estímulos y era incapaz de sentirlo. Lo último que recordaba era aquel hombre que se sentó a su lado en el andén de la estación.


Se esforzaba por recordarle, ver un rostro, una silueta ¡Algo!


Quiso moverse pero fue entonces cuando se dio cuenta de todo. A su lado estaba el resto de su cuerpo... Sabía que era suyo pero aquello era imposible, reconocía el lunar de su tobillo...Aquella cicatriz en su rodilla derecha de cuando fue de excursión siendo pequeña y unas raíces la hicieron caer... El tatuaje a la altura de su ombligo y aquella mariposa en la muñeca... Pero lo único que no encajaba en todo aquello era que su cuerpo permanecía no en su lugar sino a su lado.


Quiso gritar y no salió un sólo murmullo de su garganta. 


Se abrieron las puertas de cristal, las siluetas comenzaron a definirse ante su atónita mirada.


- Bien, compañeros, después de nuestro merecido descanso ¿qué les parece si continuamos con la autopsia?


Ahora recordó al hombre que se sentó junto a ella en la estación, igual que recordó como al acercarse el tren la miró sonriente justo en el último instante, segundos antes de empujarla a las vías.

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Nota: No me lo tengáis en cuenta, pero era muy tentador un relato de estos en un día como el de hoy. 
Iba a tomar el tren, pero pensándolo mejor me voy en moto...

martes, 29 de octubre de 2013

Luces en la ciudad


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